jueves, 24 de julio de 2008

El Pescado de Tona

Estando lejos, empiezas por añorar cosas a las cuales anteriormente no le prestabas importancia. Cosas mínimas del diario vivir que cuando dejas de experimentarlas, la misma ausencia va multiplicando su grandeza en tu memoria y en tu alma…….eso pasaba frecuentemente con Jorge.

“Mujer….recuerdas cuando salíamos a la playa los fines de semana? Recuerdas como de camino nos parábamos en el río, en el puesto de fritura de doña Tona y nos comíamos el mejor pescado del mundo. Ese pescadito dorado, con el sazón de nuestro pueblo, preparado con tanta ternura por las manos de esa señora……fíjate que me antojo de pescao frito con tostones” me dice Jorge y en el acto se para y sale disparado rumbo al supermercado…y es que cuando el cuerpo le pide a Jorge…jorge complace al cuerpo (pero eso es un tema que de seguro tocaremos mas adelante)

En ese momento, empiezo a recordar esa escena descrita por Jorge. Y si, es cierto….lo recuerdo, por lo menos cada quince días visitábamos la playa, y en el camino…..la parada obligatoria donde Doña Tona…esa nunca faltaba; pero, a mi mente acuden otras cosas que Jorge parece haber olvidado.
Doña Tona era una figura muy particular, regordeta, con las manos hinchadas por la mezcla del aceite salpicando la piel debajo del sol, el limón que exprime sobre el pescado ya frito y el tanto amasar la harina de los yaniqueques. Si, una señora que te inspira ternura…ternura porque cuando te recibe con esa inmensa sonrisa te das cuenta de todos los dientes que le hacen falta y no puedes evitar compararlo con una criaturita de 9 meses.
Recordando todo esto puedo hasta oler el sazón del pescado, ese que Jorge llama sazón de nuestro pueblo pero que realmente era el producto de un liquido rojo que doña Tona vertía por encima, un aceite oscuro en el que echaba a freír y el limón que les exprimía después de fritos. Aclaro, el liquido extraño color rojo no era una receta secreta transmitida de generación a generación en la familia de Doña Tona, mas bien era un sazón artificial elaborado por una prominente industria del país, el aceite estaba oscuro…no solo por el constante uso, sino; por el humo que desprendía el muffler de los motoconchistas y el smog de la ciudad y finalmente el limón…arma secreta contra las moscas que siempre merodeaban toda la zona pero especialmente a “Rambo”….un perro grande y delgaducho, con una mirada triste pero con una cola feliz….compañero fiel de Doña Tona.

Sumida en mis pensamientos me encontraba cuando oigo a chimi ladrar, señal indicativa de que la camioneta de Jorge entraba al driveway de la casa. Llega hasta la cocina y me entrega el paquete con una sonrisa triunfal. Empiezo a lavar los pescados y sazonar, exprimo limones naturales, orégano recién molido de ese que trajo la abuela escondido en las maletas en su ultimo viaje y sembró en un macetero en el patio, ajo majado y sal. Aceite cristalino echamos en un caldero limpio y el mismo Jorge fríe cuidadosamente los pescados y los tostones. Sacamos la comida a la mesa del deck para aprovechar el calor del verano y remembrar nuestra isla y empezamos a comer.
Pero que va, aquí declaro…sin doña tona y su sudor, sin rambo y sus moscas sin el aceite negro y el smog, y sin el sazón artificial…ese pescado no sabe para nada igual.

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